Desde algún vehículo en movimiento observo el paisaje. Veo casas propias de algún país nórdico, pero no del presente, los detalles y los colores pastel me sugieren recordar los años ochenta. Estoy seguro de que es Dinamarca, aunque no conozco ese país. Veo un edificio con tonos azules y rosas.
(Corte a una escena al interior del edificio.)
Estamos a la mesa Gaby y yo; esperamos lo que ordenamos para comer. Al fin, llega el mesero con los platos. Me ofrece el mío, lo mismo a ella. Le digo que es mejor poner sal a su comida, ya que aquí, en este mundo, se cocina sin sal.
(Un nuevo corte me lleva del otro lado de la pantalla: afuera de ella.)
Dejo de ser un personaje de la película para convertirme en espectador. Me veo en una pequeña sala, algún cineclub. Estoy viendo alguna película danesa de los ochenta. La historia continúa en el momento exacto en que salí de ese mundo. Los personajes los encarnan ahora una pareja de pálidos daneses —parecen salidos de Festen—. Él explica por qué es bueno poner sal a su plato y revolverlo antes de empezar a comer. El mesero, que no se ha ido, asiente a las explicaciones del joven, se coloca detrás de la chica e inicia una demostración de cómo debería hacerlo. Es un hombre gordo y sudoroso. Su actitud es abusiva. Pone demasiada sal al plato de la chica, para hacerlo necesita rodearla desde atrás, casi aplastándola. Me incomodo por la escena desde la butaca y me imagino allí dentro, dentro de la pantalla. Pienso en lo que haría: tomaría el tenedor y lo encajaría en el cuello del gordo. Eso no pasa en la película. Sigue su curso y la pareja continúa con sus alimentos. Se levantan y se van a su boda. Los esperan los invitados en un jardín no muy lejano de ahí. Estoy atento a la pantalla y unas chicas inquietas por salir de la sala me tapan la vista. Para cuando se han ido y puedo volver a observar la pantalla, la película ha terminado y veo los créditos finales. “No importa —pienso—, ya sé en qué acaba”. Algún escritor se pone al frente, va a comentar lo que acabamos de ver. Prefiero entretenerme viendo a los otros espectadores. Veo por la espalda a un hombre que en la chamarra tiene un parche en que se puede leer: “Retorno eterno”. Pienso en la doctrina de los ciclos. Despierto.
(13/11/2013).
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