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Foto del escritorMario Pérez Magallón

Anatomía de la pelea de pareja

Actualizado: 15 feb

Quien ama sufre, pero quien no ama enferma.
Sigmund Freud.

En la clínica es muy común revisar múltiples peleas de pareja. Aunque todas ellas tienen motivos diferentes, suelen tener una “estructura narrativa” similar, diría Jung, arquetípica. Las notas siguientes intentan dar cuenta de esta estructura. En lugar de buscar la rigurosa seriedad buscan el juego, en un sentido winnicottiano. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. 


  1. El malestar. El sujeto experimenta un malestar que resulta difícil de definir en este punto -debido a que estamos en el terreno de lo inconsciente-, pero puede parecerse a la incomodidad, a la insatisfacción, al fastidio, al aburrimiento, al miedo o cualquier otro similar.

  2. Las ganas de pelear. Como el sujeto no tiene claro exactamente que le sucede, no lo puede comunicar con palabras. Es por ello que intenta llamar la atención del Otro por medio del acting out: movimientos bruscos, resoplidos, quejas, llanto e incluso actos violentos. 

  3. El pretexto. El sujeto encuentra un pretexto que le permite iniciar una pelea con el Otro. Esto puede ser cualquier cosa relacionada con lo doméstico, con algún comentario emitido días atrás o cualquier otra cosa que en este punto no parece ser un pretexto, sino algo completamente relevante y, de hecho, se convierte en el “problema” de la pelea. 

  4. La revisión. El sujeto y el Otro se enfrascan en una suerte de intercambio de puntos de vista sobre lo sucedido. En este punto, el sujeto intenta imponerle al Otro su punto de vista debido a que está convencido de tener la razón”; intenta castrarlo. El Otro responde con menor o mayor intensidad, pero siempre hay una respuesta. 

  5. El clímax. La revisión de los detalles del “problema” cede para dar paso a la comunicación de los sentimientos por parte del sujeto, lo que puede desbordar la situación hasta llegar al punto de herir al Otro en el afán de ganar la discusión. Es en este momento cumbre cuando, a través de pequeños detalles y posibles insultos, se comienza a desplegar la demanda; es decir, lo que quiere el sujeto del Otro: apoyo, cariño, atención, tiempo, comprensión, etc. “Esto es lo que realmente quería pedirte”.  

  6. La catarsis. Hasta que el sujeto que inició la pelea logra hacer catarsis es que se puede vislumbrar el fin de la pelea. Si éste no logra sacar a la superficie lo que lleva a cuestas la discusión puede prolongarse por tiempo indefinido. Es posible que el Otro también haga catarsis durante el clímax, aunque no siempre es así. 

  7. La negociación. Cuando aparece la calma, el “problema” cobra su verdadera dimensión de lo que era: un pretexto para poner sobre la mesa la demanda. Las peticiones y los acuerdos alcanzados durante la negociación pueden ser suficientes para la reconciliación de la pareja e, incluso, pueden dar paso a lo más placentero de la discusión, el sexo de reconciliación. 


Curiosidades clínicas a propósito de la pelea de pareja


De lo inconsciente a lo consciente. El arco narrativo de una pelea, muchas veces, inicia con una motivación inconsciente, durante el desarrollo de la discusión este contenido inconsciente comienza a surgir de manera más o menos caótica y, hacia el final, la demanda (el rostro velado del deseo) logra manifestarse y todo parece ser mucho más claro para la pareja. La pelea de pareja pareciera ser un mecanismo que permite el tránsito de lo inconsciente a lo consciente, tal como el sueño. Es por ello que no hay reparos en analizar los motivos y el desarrollo de una pelea como lo hacemos con los sueños. 


La pelea no sustituye la terapia. De acuerdo con el punto anterior, si se tiene la madurez necesaria, las peleas podrían resultar interesantes objetos de estudio para averiguar sentimientos o reclamos inconscientes. Pero no se me malentienda, esto no es una invitación a pelear. Esta curiosidad no sustituye -o no debería sustituir- ningún procedimiento terapéutico. El sujeto no debe usar de saco de golpear al Otro. Pónganse chingones. 


Las consecuencias anímicas. Los términos de la negociación dependerán de cada pareja y pelea en particular, por supuesto, pero algo realmente interesante son las posibles consecuencias anímicas para el sujeto que inició la pelea:


  • Logró imponer su punto de vista y se siente liberado y empoderado. “Yo tenía razón”. El sujeto goza con la castración del Otro.

  • Logró imponer su punto de vista, pero se siente culpable por haber peleado y, posiblemente, haber insultado a su pareja. “Tal vez tenía razón, pero creo que me excedí”. El sujeto se siente culpable por manifestar sus demandas. 

  • No logró imponer su punto de vista y se siente frustrado y enojado. “Nunca me escuchas”. “No sé si esto valga la pena”. El sujeto goza en ser la víctima. 

  • No logró imponer su punto de vista y además se siente culpable por haber peleado y, posiblemente, haber insultado a su pareja. “Otra vez volví a pelear sin razón”. El sujeto se autodescalifica. 


Compulsión a la repetición. Es curioso que en las opciones anteriores se puede abarcar un amplio espectro de emociones resultantes. El sujeto puede ir del masoquismo al sadismo. En este punto me es imposible no vincularlo a la idea de Leopoldo Kligmann sobre la relación sin fisuras entre el masoquismo del Yo y el sadismo del Superyó,  pero incluso se puede ir más allá todavía. No olvidemos que hablamos de “la pareja”. Con toda seguridad, las parejas que se enfrascan una y otra vez en una misma discusión obtienen una ganancia energética en estos términos. Mientras que uno juega el rol del sádico (castrante) el otro juega el del masoquista (castrado). A terapia, muchachos.


El deseo que subyace en la pelea. Si se observa con atención, los ejemplos de demanda enlistados anterormente (apoyo, cariño, atención, tiempo, comprensión, etc.) son algunos de los rostros velados y amables del amor, pero enunciar sólo esto es enunciar la mitad de la cuestión (la pulsión de vida) y olvidarnos de aquello que habita “más allá del principio del placer” (la pulsión de muerte). Muchas veces las demandas del sujeto son el rostro velado de un deseo que tiene que ver más con la destrucción y la infelicidad. Así como algunos sujetos inician una pelea en busca del amor, otros lo harán en busca de la soledad o la infelicidad. Nada se gana con negar esta realidad. El asunto del deseo parece ser una buena respuesta a la pregunta sobre lo que subyace a la pelea de pareja. El sujeto se relaciona con el Otro creyendo que éste posee lo que le falta, pero, oh sorpresa, el Otro no sólo no posee esto, sino que también se encuentra en falta. La relación amorosa supone el encuentro de dos sujetos en falta.


El sujeto que inicia una pelea de pareja busca en el otro lo que le falta; está en la búsqueda del deseo propio. 




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