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Foto del escritorMario Pérez Magallón

Biblioteca Central

Una vez más tengo que desempacar mis cajas de libros. Pienso en construir nuevamente el práctico librero hecho de troncos y tablas. Sospecho que esta vez será insuficiente para albergar, al menos decentemente, todos los libros que he acumulado en los últimos años, así que me embarco en una tarea más ambiciosa. Contrato a una constructora para que erija un edificio de tres niveles: sótano, planta baja y planta alta. (En ese momento del sueño pienso en la casa de Norman Bates: ese tipo de casonas que solo habitan en los sueños y en las películas: con sótano y ático, ideales para albergar nuestros más retorcidos miedos y deseos. Prefiero no seguir con esas imaginaciones y sigo con la supervisión del edificio.) La construcción sigue su natural desarrollo: primero una excavación, luego los cimientos, luego las paredes, y no mucho después, el decorado. Decido que semejante librero-biblioteca merece un decorado dignísimo. Que así sea: de un momento a otro las paredes están tapizadas con murales de Rufino Tamayo ¿Cuáles? No lo sé, pero son inconfundibles: allá distingo el rojo sangre, el rojo cobrizo, el rojo tierra; más cerquita, los diferentes azules. Acaso tímidos guiños de verde y amarillo. El edificio está concluido, pero no mi excentricidad. Mientras recorro los pasillos admirando los murales y reconociendo mis diferentes libros decido que sea un anexo de la Biblioteca Central. Que así sea: llamo al rector de la UNAM —que en esta invención es el Dr. Leonardo López Luján— y decido donarle mi proyecto, mis libros. Es lo menos que puedo hacer por mi alma mater: donarle este anexo, donarle mis libros. “Ya me compraré otros y haré otro librero”, le digo alegre al rector. Él parece igualmente alegre y complacido. Salimos y caminamos por los jardines.


(29/12/2023).

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