Borges y yo tenemos que realizar el inventario de una pila de libros en desorden. Hay también decenas de folletos y papeles de difícil catalogación. Borges, aún no está ciego. Estamos en uno de esos edificios que solo pueden albergar actividades burocráticas y personas aptas —¿o ineptas?— para ello. En nada se parece al enorme y bello edificio en la calle México que albergó la Biblioteca Nacional Argentina o la nueva sede en la Recoleta. Él en un banquito y yo en el mío; en realidad no dialogamos. Él está concentrado en anotar los detalles de los libros en una pequeña libreta. Yo me debato entre anotar en una libreta o en hojas blancas, pienso que la última es la mejor opción. Pienso también que escribirlo todo en una laptop me ahorraría el trabajo de transcribirlo después. Esto me da oportunidad de interpelarlo y preguntar qué criterios utiliza para catalogar. Supongo que con el título de la obra, el nombre del autor y el año de la publicación serán suficientes, pero el viejo bibliotecario sabrá más. Coincide conmigo en que esos tres datos son suficientes. Me siento un poco mejor de saber que aún me trabaja la intuición. Aparece por ahí una compañera de un trabajo de hace algunos años. Pienso que seguramente no tiene idea de quién es, aun así. Se aleja y vuelvo a quedar a solas con el viejo. Me doy cuenta de que tengo que aprovechar el tiempo y me aventuro a preguntar por El castillo de Kafka: “Borges, ¿cuál es el motivo final de El castillo de tu querido Kafka? ¿El infinito, lo eterno, o la angustia del hombre?”. Parece preparar su respuesta cuando somos interrumpidos por un sujeto que dice venir a ayudarnos en nuestra tarea. Aparte de la interrupción y los buenos deseos, lleva comida, la meto a un refrigerador que tenemos en la pequeña sala. Aprovecho para acomodar los víveres que allí tenemos; calculo si nos alcanzará para la semana que estaremos encerrados. Hay salchichas, huevos, jamón y leche. Se me antojan unos huevos revueltos con salchichas. “¿Le gustarán a Borges?”, me pregunto por último.
(20/01/2014).
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