Resguardo la choza de la familia. Afuera están los brasileños; representas a los hombres primitivos. Son hombres desnudos, peludos, robustos, bárbaros. Intentan ingresar a la choza y robar la comida. Hago mi mejor esfuerzo por proteger a mis familiares Contengo a los brasileños el mayor tiempo posible, pero es imposible: algunos logran ingresar. Parecen haberse olvidado de la comida y se fascinan con una barra de jabón y con una pasta de dientes. Comienzan a usarlos. Algunos se lavan el cuerpo con el jabón, algunos se cepillan los dientes, algún otro se rasura el torso dejando esparcidos los restos de su espeso vello corporal por toda la choza. Es inútil intentar echarlos: nada los persuadirá de su nueva empresa de higiene corporal. Al exterior veo un incendio que comienza a devorar el bosque. Tomo un extintor y, desposeído de esperanza, intento apagar el fuego. Persisto. Al fin intento apagar las llamas. Ahora soy yo quien está afuera, sucio, con el aspecto primitivo que antes tuvieron los brasileños. Ellos, al interior, son hombres nuevos. De la choza sale una tía que enloqueció hace años a causa de su obsesión por la limpieza. Sin decirme una sola palabra entiendo que quiere ir al pueblo, que quiere recuperar su vida, que quiere comer y, acaso, ensuciarse.
(28/12/2023).
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