Al parecer me he mudado a un pequeño cuarto en la playa. Alguna playa oscura, fría y deshabitada. Pero no he reparado ni un instante en el cuarto, estoy entretenido acomodando un librero que, vaya excentricidad, está al exterior. Acomodo los tomos de las Obras Completas de Alfonso Reyes, de Octavio Paz, de sor Juana Inés de la Cruz y, por supuesto, de Jorge Luis Borges. Me sorprende tener uno que no había visto antes: Gardel por Borges. Físicamente es similar al Stanley Kubrick's Napoleon editado por Taschen. De mar adentro, llega a la playa una pequeña embarcación inflable hecha girones. No logra despertar mi curiosidad lo suficiente como para despegarme de mi tarea de acomodar libros. La revisaré después. Siempre dejo todo para después. Sigo un rato más en lo mío hasta que llegan dos sujetos acompañados por un policía a revisar los restos del flotante. Se acercan a mí buscando algunas respuestas. Yo, que nada sé, nada ofrezco que les pueda ayudar. Uno de ellos, emocionado, toma mi libro sobre Gardel. Explica que están investigando un misterio que tiene que ver con el letrista de Carlitos, y leer sus letras les dará las pistas que necesitan. Pero ni su misterio interesante logrará que coopere con la causa. Ni involucrándome en la investigación se llevarán mi libro. Persigo al sujeto que se ha llevado mi libro y lo golpeo con felicidad. Ahora sí, el asesinato tiene toda mi atención, curiosidad y participación. Lo sujeto fuertemente del cuello y lo aprieto limitando el flujo del aire hacia sus entrañas. Siento la fuerza de mis brazos y me preocupa que sea la suficiente para poder ahorcarlo hasta la muerte. Aprieto aún más fuerte. Mientras lo tengo ahí, aprisionado, me pregunto si seré lo suficiente fuerte para cuando llegue el día de asesinar a un hombre. Un hombre tiene que saborear la vida y la muerte, la propia y la ajena, pienso en ese momento.
(30/08/2014).
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