Es cualquier tarde gris y nublada en Buenos Aires. Estoy en una calle cercana a un puerto que desconozco. No es Puerto Madero, se parece más al de alguna película de Kaurismäki, pero tampoco es el puerto de Helsinki. Es simplemente un puerto en mis sueños. Veo a una mujer sentada en la banqueta. Me acerco y pregunto cómo va todo desde que usa Linux. “Me gusta mucho, es muy ágil”, responde al tiempo que sigue jugando con su laptop. Echo un vistazo alrededor y noto que pronto será de noche. Todo es a escala de grises. “Es muy útil, ya verás que te acomodas para escribir”, le digo. Me muestra una vieja libreta Scribe, aquellas que usábamos en la primaria. “De hecho, ya he escrito más de lo que escribí en mi libreta”, responde mientras ojea su libretita. “Claro, tu cuento sobre el buen Lawrence”. “¿Lawrence?”, pregunta como queriendo reconocer el nombre. Pienso en el gran Lawrence, el de Arabia. Aunque no estoy seguro de decirlo, tal vez solo lo pienso. Interrumpe mi pensamiento y me pregunta con tono dulce: “¿No me vas a losar tu día”. “¿Qué es losar? ¿Glosar?”, pregunto. No estoy seguro de qué es losar y pierdo un buen rato tratando de averiguarlo. Me doy cuenta de que ya ha pasado un buen rato y ella ya se ha ido. Sé que es momento de despertar y lo hago. Me dirijo a la ventana, como normalmente hago después de una siesta, y veo el Río de la Plata. No es cobrizo, es casi negro. Busco un buque y lo encuentro: es un buque de los sueños. Todo es tan oscuro que pienso que tal vez me quedé un poco ciego durante el sueño. Pero no he despertado realmente: desperté en otro sueño. Advirtiendo esto, pienso que ya es suficiente de dormir por esta tarde, es mejor levantarme a escribir lo que acabo de soñar.
(09/10/2013).
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