Está atardeciendo. Mi desconocido compañero y yo debemos darnos prisa para llegar a la cima de la loma que se ve al fondo; ahí estaremos a salvo, aunque no sabemos de qué. El terreno es irregular, pantanoso, tétrico. Apresuro el paso y noto que él ha quedado atrás, giro la mirada para observarlo sumergirse en lo que parece un diminuto pantano. Decido no hacer nada, me quedo quieto observando. "Si estuviera despierto le ayudaría aunque yo también me ahogara", pienso. No hay angustia ni prisa, solo la contemplación del lento espectáculo. Al fin, termina de sumergirse y veo chisporrotear burbujas rosas, un rosa de barro podrido. Ni siquiera marrón: simplemente rosa muerte. Pienso que en cualquier momento puede salir como si nada le hubiera ocurrido y continuará con su caminata. El fango rosa se agita como a punto de expulsar el cadáver. En lugar de que salga el compañero ahogado sale un enorme y hermoso cocodrilo. Luce tan "primitivo" que me recuerda que es un dinosaurio. Sé que lo ha devorado; luce satisfecho y con ganas de tirarse a reposar por ahí. No tiene patas delanteras y se desliza con dificultad y pesadez. Continúo mi caminata pensando en lo bello del animal.
(08/10/2013).
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