1. De esa montaña artificial que llamamos rascacielos. Una niña al pie de un rascacielos, de exactamente veinte pisos, —supongo que veinte pisos no es suficiente hoy en día para hablar de un rascacielos, pero así era en el sueño—, lo observa detenidamente con la mirada buscando el final del edificio. “La nada asciende interminable a donde creías que estaba la madre”. No es algo que se escuche, no es algo que se lea, es uno de esos mensajes que uno simplemente obtiene del sueño, que le son dados en ese muy particular lenguaje onírico que no requiere de sonidos o palabras. La niña vuelve a levantar la mirada y ya no hay rascacielos; tampoco hay madre.
2. De montañas artificiales. Estoy en un crucero en algún lugar del ártico. Todo alrededor es helado. Sé que estoy investigando el secreto de unas montañas. Unas montañas artificiales. Aunque no son tripulantes que deban estar ahí, aparecen algunos conocidos. Me entregan una laptop que me es indispensable para trabajar. Les señalo las montañas artificiales construidas de bien delimitadas figuras geométricas: allá los triángulos, allá los rectángulos. Una escena cubista. Los colores no son del entorno, son evidentemente artificiales: verdes, blancos, algunos amarillos. "Arriba, en la cima, está el secreto", les indico.
(13/01/2014).
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