La Victoria de Samotracia es una impresionante representación de la escultura helenística. Esta obra representa a Niké, la diosa de la victoria, posada en la proa de un barco. La figura, con sus alas extendidas y su ropaje ceñido al cuerpo por el viento, evoca una sensación de movimiento y dinamismo, una característica clave del arte helenístico, que se centraba en la expresión del drama y la emoción. Se cree que la escultura fue creada para conmemorar una victoria naval importante, probablemente de la flota rodia, hacia el 190 a.C.
El descubrimiento de este conjunto escultórico –de más de 5 metros de altura y más de 30 toneladas de peso– se atribuye a Charles Champoiseau, miembro del cuerpo diplomático francés del siglo XIX. En 1863, mientras se encontraba en la costa tracia de Grecia, escuchó historias de tesoros en la isla de Samotracia, misma que había sido abandonada después de una batalla durante la Guerra de Independencia Griega. Champoiseau excavó en el santuario de los Grandes Dioses y descubrió algunos fragmentos, incluyendo un busto y un tronco, que finalmente identificó como una escultura de Niké.
Tras su traslado a París, se llevaron a cabo varios intentos de restauración para devolverle su forma original. Sin embargo, la obra nunca fue encontrada en su totalidad, y hasta la fecha sigue siendo objeto de estudio y admiración. El conjunto escultórico fue restaurado y exhibido en el Museo del Louvre en 1866. En 2013, se realizó una restauración completa y dicha versión es la que se muestra en la escalera Daru del Louvre.
La ausencia de la cabeza de Niké no resta impacto a la pieza; de hecho, contribuye a la atmósfera de misterio y a la fuerza visual que emana de sus alas desplegadas. La ubicación de la escultura en lo alto de la escalera Daru del Louvre refuerza la sensación de grandeza, como si la diosa estuviera siempre por encima de los visitantes.
Cuando pensamos en esculturas es común que, debido a sus materiales, pensemos en obras inertes, pero éste no es el caso de la Victoria de Samotracia. Este conjunto escultórico es puro movimiento. Si se presta atención se puede observar cómo el anónimo escultor (o escultores) aprovechó las vetas del mármol para representar tanto al movimiento provocado por el viento como al viento marino mismo.
Sin el viento sería imposible concebir el ropaje de Niké y el movimiento de su cuerpo, sus ondulaciones. El viento es el soplo de vida que anima la Victoria de Samotracia. Y al revés: el conjunto escultórico es lo que posibilita la existencia del viento. Sin la piedra es imposible poner en la imaginación al viento circundante. Es al mismo tiempo su contendor, su hogar y su pretexto para existir. ¿Qué haría el viento sin la piedra? ¿A dónde iría? ¿Qué formas concebiría sin la piedra como sustancia para esculpir sus caprichos? La piedra da forma al viento que la circunda y que la anima y el viento, a su vez, esculpe al espíritu mismo en la piedra.
Tal vez es por eso es que resulta tan fascinante observar esta obra: no es la imaginación del hombre lo que queda esculpido en la piedra, es su espíritu. Siguiendo esta idea, la escultura no petrifica los sueños de los muertos, los anima y los susurra a los dispuestos a escuchar con atención.
Originalmente publicado en NVI Noticias Oaxaca el 27 de septiembre de 2024.
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