Nadie ignora la fascinación que Jorge Luis Borges sentía por los sueños. Por aquellos sueños que uno afirma tener mientras duerme, ya sean las imágenes difusas durante la ligereza del duermevela o las macizas imágenes durante el más pesado de los sueños, en especial, aquellos que nos asaltan justo antes del amanecer. Muchos de los cuentos, ensayos, poemas, conversaciones y antologías dirigidas por Borges; vaya, toda su obra en general, da cuenta de estas múltiples posibilidades y manifestaciones de los sueños. En “La pesadilla”, uno de los textos que componen Siete noches (1980), ensaya sobre esa incomodidad poco atendida de los sueños: el sabor de las pesadillas. Amante de las palabras y sus etimologías, hace un breve examen de algunas formas de nombrar a las pesadillas. En español, menciona, el diminutivo parece restarle fuerza. De efialtes (en griego), incubus (en latín) y alp (en alemán) le interesa la sugerencia de que un demonio o un ser sobrenatural sea quien induce la pesadilla. Y de la palabra inglesa nightmare, le llama la atención la traducción “yegua de la noche”, que prefiere no alejar de la idea del demonio de la noche. Borges dice ser propenso a las pesadillas, y sin importar el lugar en que esta suceda, siempre se siente en barrios del sur de Buenos Aires. Ya sea que se vea caminando por las calles México o Chile en el barrio de Monserrat, o ya casi del lado de San Telmo, barrio que albergó la antigua Biblioteca Nacional, sus pesadillas sucedían siempre en el sur.
Durante el 2013 viví en el barrio de Monserrat, en Buenos Aires. Todos los días acostumbraba dar un largo paseo por las anchas calles de la ciudad, casi siempre por rutas diferentes. Una de esas rutas iba de mi hotel, en la calle Chile, al nuevo edificio de la Biblioteca Nacional, ubicado en el barrio de la Recoleta. Era paso obligado el Congreso y el parque que se encuentra enfrente. Discreta, se encuentra sobre la avenida Rivadavia, una de las muchas librerías que embellecen la ciudad. Aunque quisiera, no puedo recordar su nombre, pero allí compré los tres tomos complementarios a las Obras Completas de Jorge Luis Borges, conocidos como Textos recobrados, editados por la editorial Emecé (aquellos tomos reúnen los textos que deliberadamente Borges dejó fuera de los cuatro tomos que componen sus Obras Completas). Siguiendo esa mala costumbre de iniciar las cosas por el final, interrogué el índice del tomo III, aquel que reúne los textos marginales que van de 1956 a 1986. Aunque me llamaron la atención varios de los textos allí enumerados, el primero que leí fue el de la página número 150: “Monserrat”. Aparte de manifestar su nostalgia por el sur, Borges vuelve a mencionar que sus pesadillas ocurren allí, en el barrio de Monserrat. No sé si sería el influjo de la lectura, pero poco después, en un helado amanecer tuve una de ellas. Tal vez me despertó el frío, tal vez una cumbia al exterior, pero como no tenía ni la valentía ni las tareas que me obligaran a levantarme a tan temprana hora, me volví a acurrucar y no pasó mucho para que me volviera a quedar dormido. Me vi acostado en mi cama diminuta, vi la ventana a mi lado izquierdo, vi sus particulares persianas de madera, vi mi cobija morada y vi un demonio sobre mi vientre.
Se cree que son las imágenes del sueño lo que causa el horror, yo creo que es su recuerdo. En ese momento, al menos al principio, no experimenté miedo. El primer impulso fue despertarme, como no lo conseguí, intenté pelear. Intenté quitarme al demonio de encima, pero no lo logré. Recostó por completo su cuerpo sobre el mío, haciendo aún más vana mi empresa de defenderme. Respiraba en mi rostro, tan cerca que no podía verlo claramente. Una de sus manos, creo que era la derecha, se aferró a mis genitales, no los lastimaba, pero aun así sentía el impulso por defenderme. La otra mano acariciaba mi rostro, pude verla, era suave, blanca y delicada como mano de niña. Desesperado, lo único que pude hacer fue morderla. Sentí la carne en los dientes y no me aterró en ese momento, me aterra el recuerdo. También pude ver una delgada y larga cola que recorría mi cuerpo y algún otro detalle que no conviene recordar. Después, simplemente desperté.
Ciudad de México, enero de 2014.
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