El séptimo sello, 1956, Suecia, 96 min.
Dir. Ingmar Bergman.
Esta película de 1956 es la número 19 dentro de la extensa filmografía del director sueco Ingmar Bergman. Aunque Bergman previamente ya había realizado obras notables como Un verano con Mónica (1953) o Sonrisas de una noche de verano (1955), es con esta obra que comenzó a adquirir reconocimiento como director fuera de Suecia. A partir de este largometraje inician las producciones que se pueden considerar como el núcleo del universo bergmaniano. Se puede considerar que El séptimo sello marca el inicio de una nueva etapa creativa en el cine de Bergman: de más madurez y también de mayor soltura narrativa.
A diferencia de las obras de juventud, en esta película es evidente que Bergman se aleja poco a poco del melodrama que coquetea con la comedia involuntaria, y que se acerca cada vez más a un tono mucho más sombrío e inquietante. En El séptimo sello se observa también una mayor pericia en la dirección de escena y en la fotografía —trabajo en colaboración con el fotógrafo Gunnar Fischer—. También se puede escuchar y apreciar un tratamiento mucho más detallado de las inserciones musicales, así como del diseño sonoro en general.
Aunque son notables los efectos sonoros que sirven para acentuar el efecto dramático de ciertas escenas o como transición entre secuencias, ya no se perciben las bajadas o subidas de volumen abruptas. Se podría decir que estos efectos sonoros están muy bien colocados en su tiempo y en su espacio. El sonido es un elemento con bastante protagonismo en esta película.
Desde la primera secuencia que nos sitúa en una playa fría y rocosa, en donde descansa el caballero cruzado Antonius Block, escuchamos con total detalle el sonido de las gaviotas y del mar; detalles sonoros que ayudan a crear el ambiente propicio. Poco más adelante, cuando se nos presenta a Jof, el personaje del artista viajero, la visión que tiene de la Virgen María está flanqueada por sonidos suaves y armónicos que son una especie de paréntesis en medio de la realidad sombría circundante. Es como ver otra realidad, le dice a su esposa Mia.
Y así como dicha visión es un paréntesis de belleza, permitámonos un paréntesis más para mencionar que estos nombres no son fortuitos: en español son José y María. Metáfora de la santa pareja de peregrinos del cristianismo que, con su niño a cuestas, se abren camino a través de la desolación. Lo cual nos lleva a un paréntesis final de vital importancia: Cuando el cordero abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media hora. Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron siete trompetas. Es de este pasaje bíblico de donde Bergman parte para la elaboración de esta película. En apenas estas pocas palabras podemos leer y escuchar dos referencias a la dimensión sonora: el silencio del cielo y el sonido en potencia de las trompetas. Silencio y sonido; tensión y reposo.
Bergman parece entender bien este dialogismo y juega con él a lo largo de toda la película: casi siempre vemos en pantalla sucesiones de parejas: el caballero cruzado Antonius y su escudero Jöns, el mismo caballero y la Muerte, José y María, el escudero y su nueva pareja, entre otras parejas. Bergman nos presenta, del mismo modo, opuestos y complementarios que no pueden ser indiferentes al ser humano, aunque así lo deseara: vida y muerte, noche y día, luz y oscuridad, Dios y diablo. Vaya, el estar situados temporalmente en las Cruzadas del siglo XII nos recuerda los eternos conflictos entre opuestos. Lo cual nos lleva necesariamente a un símbolo de gran mayor importancia dentro de la película: el tablero de ajedrez. Recordemos estos versos del poema “Ajedrez” (1960) de Jorge Luis Borges que arrojan luz sobre este eterno juego de opuestos:
Cuando los jugadores se hayan ido, cuando el tiempo los haya consumido, ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra. Como el otro, este juego es infinito.
Pero regresemos al asunto del sonido y de la música de este largometraje. Un mérito a señalar en El séptimo sello es que Bergman, junto al compositor Erik Nordgren, compusieron las tres piezas —Bergman la letra; Nordgren la música— que interpretan los cómicos viajeros. La única pieza preexistente que retoman es el Dies Irae, un himno latino del siglo XIII atribuido al franciscano Tomás de Celano. Dicha pieza se encuentra en perfecta consonancia temática al hacer referencia a los Días de la ira/ aquellos en que los siglos se reduzcan a cenizas; ya que los desvalidos personajes de esta historia están esperando la noche del fin de los tiempos, la noche de juicio final; aquella en que después de media hora de silencio, retruenen las trompetas de los ángeles. No es una sorpresa que al final el caballero Antonius Block y su séquito sucumban a la danza de la muerte, y los únicos que logren evadirla sean los ya mencionados miembros de la santa familia.
Y así como el caballero Antonius Block y sus conocidos llegaron al final de sus días, a estas breves notas también les llegó su final.
Originalmente publicado en: La oreja (in)culta. Apuntes sobre sonido, escucha y sociedad.
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