Manejo por unas diminutas y grises calles de la Ciudad de México. Se está haciendo tarde. Siempre se está haciendo tarde en esta ciudad. Llego a un callejón que es una empinada escalera de cemento en la que no hay posibilidad de regresar. Detengo el coche y veo que otros coches pequeños se aventuran a bajar con mucha precaución. Mi coche es más grande y difícilmente podría salir por allí. Qué más da, igual lo intento. Llego al final con muchas dificultades, pero el auto no podrá andar más. Detrás de mí, un señor y su hijo, de piel muy blanca, me ofrecen darme un aventón. Aparece un segundo hijo, él es moreno, robusto, con barba negra y larga. Mientras se presenta noto que debajo del bigote tiene una especie de tumor en el labio superior. Volteo a ver a su hermano y a su padre; ahora todos son morenos, detalle que me reconforta. Subo a su coche y nos ponemos en marcha. Voy observando por la ventana y metros más adelante veo muy de cerca al Popo. Sus colores son maravillosos. Veo los grises de sus arenas y los blancos de sus nieves. También veo los rojos y los naranjas de la lava que comienza a salir. Todos sabemos que es la gran erupción. Alrededor comienza el caos de la gente corriendo tratando de escapar a su muerte. En ese momento recuerdo que esa imagen la he visto antes: en algunos sueños infantiles. Aunque sé que me estoy inventando el recuerdo, me gusta la posibilidad de recordar falsos sueños dentro de otro sueño. (En este momento sé que estoy soñando.) Nunca me enteré del momento en que bajé del coche de mis tres acompañantes, pero ahora me encuentro yendo en dirección contraria al resto de las personas: hacia el volcán. Más adelante me encuentro con que no soy el único, muchas personas más van en la misma dirección, como guiados por una fuerza que desconocemos. Llego a la orilla de un lago, a la orilla de los restos secretos de lo que fue nuestro majestuoso lago. Hay ahí una secta que platica con algunos soldados, les recuerdan el pacto que tienen para que no les impidan ir a morir en paz al volcán. Suben a una barca y me las arreglo para escabullirme y subir con ellos, nadie parece notar mi presencia. No pasa mucho para que que nos acerquemos a las faldas de Don Goyo. De inmediato estamos muy cercanos al cráter. El lago está en lo alto, alguien me dice el nombre del lugar, y aunque lo recordé al despertar, ahora mi memoria no puede dar con él. Nunca antes he estado ahí, pero lo puedo ver en todo su esplendor. Observo maravillado su enormidad y hermosura. La erupción es inminente.
El Popocatépetl será nuestro redentor y no le tememos. Amamos la montaña.
(19/04/2016).
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