Soñarse como uno mismo es lo de menos. Es maravillosa la posibilidad que existe en los sueños de disociar la personalidad, de ser otros, de soñar desde otros puntos de vista.
En este sueño soy un hombre de unos sesenta años. Tengo que perder algunos minutos antes de iniciar una clase que, supongo, será en el Zócalo de la Ciudad de México. Camino por la calle 20 de noviembre de espaldas al Zócalo. Veo aparadores. El ambiente habitual de la zona se ve mejorado por el sueño: menos gente, menos ruido y una tranquilidad que le resulta desconocida e imposible a la vigilia. Del otro lado de la calle, en dirección al Zócalo, veo estacionarse un Plymouth Barracuda modelo 65 o 66, mitad rojo, mitad negro. Me parece conocido y fijo toda mi atención en él. Veo descender a un alumno que se dirige a mi clase apresurado. Pienso que, igual que el chico, debería apresurarme o llegaré tarde. Pero la tarea y el pensamiento quedan interrumpidos al darme cuenta de que el auto ha llamado mi atención debido a que es mi auto. O, mejor dicho: lo fue en algún momento, hace muchos años. Lo veo fijamente e intento cruzar la calle para verlo de cerca, las imágenes se hacen borrosas, indefinidas. Cierro y abro los ojos como antídoto contra el mareo. A mi lado izquierdo veo otros aparadores que me resultan desconocidos, sin duda no son los que veía en el momento anterior. Estos son mucho más viejos. Me doy cuenta que voy caminando del otro lado de la calle, en dirección al Zócalo. Soy el chico, el alumno. Llegué en mi Plymouth Barracuda modelo 65 o 66 y voy de prisa a una clase en el Zócalo.
(13/10/2014).
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