Estoy en algún lugar del enorme y lejano Imperio mongol: aquel sueño geográfico y militar de Gengis Kan. Sé que el lugar es cercano a esa península asiática que ahora llamamos Europa. Observo una estepa helada de un azul tan tímido que prefiere ser gris. Dos hombres se acercan. Uno va a caballo y el otro le sigue a pie, este último está atado y su mirada sigue sus pasos. Sus ropas, que en otro momento abrigaron a otras bestias, son inconfundibles. Estoy en la Mongolia que algún día recorreré a caballo. El hombre sobre el animal advierte mi presencia y me dirige la mirada; su rostro es el mío. Tiene mi rostro, pero no es el mismo. Es un rostro antiguo, un rostro que, aunque es idéntico, me niego a reconocer. El hombre que va a pie también levanta la mirada para dirigirla hacia mí; su rostro también es el mío. No detienen su andar.
(08/11/2013).
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